Nos encanta sentir miedo. A
todos. De una forma u otra, nos gusta pasar por situaciones que suban nuestra
adrenalina y que generen temores. Pero miedos de mentira, como el que sentimos
viendo una película de terror, visitando una casa de feria llena de gente
disfrazada de monstruos que nos asustan (o lo intentan), viviendo una
experiencia de aventuras saltando por un puente atado a una cuerda, volando en
ala delta, subiendo en globo o descendiendo un barranco, etc… Los llamo miedos
de mentira no porque esté libres de peligro, ya que tienen sus riesgos. Viendo
la peli te puedes atragantar con las palomitas, te puede dar un infarto si en
la casa del terror te dan un susto de los buenos, o puedes darte una torta
haciendo puenting, ahogarte haciendo rafting, sufrir una taquicardia haciendo
footing o cualquier tipo de accidente practicando alguna cosa que acabe en “ing”.
Son miedos de mentira porque los
vamos buscando, no estamos obligados a pasar por ellos, y por tanto, los
disfrutamos e incluso nos reímos para compensar la aceleración de los latidos
del corazón y calmar el ánimo, como cuando en la película el psicópata aparece
inesperadamente en la pantalla acompañado de un sonido de ¡tachán!, el
correspondiente susto nos pega al techo y soltamos un inevitable grito. Y
después hacemos jajaja, no pasa nada, sigo vivo, es de mentira.
Y luego están los otros miedos,
los que no nos gustan en absoluto, los miedos cotidianos de todos los días, los
auténticos, los que no podemos controlar. Por eso no nos gustan, están fuera de
nuestras manos. Miedos tan sencillos y terribles como no saber si podremos
comer el día de mañana, no encontrar trabajo, que alguien por la calle intente
atracarte a punta de navaja, que un hijo o hija tuyo desaparezca repentinamente
por obra de un pirado o de una mafia de trata de blancas, incluso miedo a los
ratones, las arañas o cualquier otro animal que nos parezca desagradable y se
cuele en nuestra casa.
Esos miedos son los que nos hacen
sufrir de verdad, los que no compensamos haciendo jajaja, los que provocan
nuestro sudor, temblequeos y llantos.
Personalmente, me quedo con los
miedos de mentira.