Ayer volví a ver “El Retorno del
Rey”, la tercera y última parte de la saga cinematográfica “El Señor de los
Anillos” que dirigió Peter Jackson. “El Retorno del Rey” es una de las tres
películas que ha obtenido 11 Óscars de la Academia, junto a “Ben Hur” y
“Titanic”. Las tres ostentan el récord Guinness de mayor número de Óscars
recibidos por una película.
Y al ver de nuevo su larguísimo y
emotivísimo final, no pude dejar de sentir algo de tristeza, añoranza,
nostalgia, empatía, llamadlo como queráis. Siempre me pasa lo mismo. Y por ello
considero que el final de “El Retorno del Rey” es el Final de los Finales, así,
con mayúsculas. Porque Peter Jackson nos dio algo más que el final a una saga
fabulosa. Nos dio algo más que una moraleja o un mensaje. Nos dio toda una
enciclopedia de filosofía.
Nos enseñó que los amigos, los de
verdad, van a estar a nuestro lado por encima de todas las dificultades. Nos
enseñó que el amor es difícil de conseguir, pero si destruimos todos los
obstáculos que nos separan de él, lograremos alcanzarlo. Nos enseñó que si
luchamos, perseveramos y resistimos, siempre podremos vencer al mal, siempre
encontraremos una fórmula para salir victoriosos, aunque nos llevemos de
recuerdo muchas heridas en el combate, y sea cual sea el tipo de mal, a menos
que sea una enfermedad irreversible, a la que con el tiempo también sabremos
cómo combatir. Nos enseñó que siempre hay un camino a seguir. Al llegar a un
horizonte, nos encontraremos con otro horizonte. Al llegar a una loma, colina o
montaña nos encontraremos con un territorio nuevo que recorrer. Y nos daremos
cuenta de que lo que parece ser el final de un camino no es más que el comienzo
del camino para otros.
Al morir, los seres humanos
dejamos un legado que recogen las generaciones venideras. Igual que Bilbo
Bolson escribió su libro “Partida y Regreso” contando sus aventuras, y que
Frodo Bolson escribió después su libro “El Señor de los Anillos” narrando su
peripecia en el viaje a Mordor para destruir el anillo único, en la vida real,
nosotros escribimos, con nuestros hechos y nuestras palabras, el libro de
nuestra vida, del que aprenderán nuestros hijos y nietos o los hijos y nietos
de otras personas. Muchos no llegamos a escribir ese libro físicamente, pero lo
hacemos en fotos, en recuerdos, en la memoria de otras personas. Nuestras
huellas siempre permanecen en alguna parte, y mientras esas huellas estén
vivas, nosotros lo estaremos, no en cuerpo físico, pero sí en espíritu.
El final de “El Retorno del Rey”
no es más que el comienzo de las aventuras que seguirán, más allá de la blanca
orilla, en el verde valle junto a un fugaz amanecer. En el incierto futuro que
será real para los que vengan tras nosotros, permanecerá nuestro recuerdo, la
memoria de lo que hicimos, y de nosotros depende que ese incierto futuro sea
algo bueno para ellos. Depende de quienes gobiernan un país y de sus
ciudadanos. ¿Qué futuro queremos para la siguiente generación? ¿Qué futuro les
espera a los nuevos habitantes de la comarca Bolson, de Minas Tirith, de Rohan
o de lo que en un tiempo fue Mordor? Solo el futuro lo dirá, un tiempo que
nosotros no viviremos. Por eso es importante asegurarnos de que sea lo
adecuado. Por eso debemos destruir el mal que pueda haber a nuestro alrededor o
incluso en nosotros mismos. ¿A qué mal me refiero? Eso debe descubrirlo cada
quién. De ello dependen muchos millones de personas que aún no han nacido o que
aún están en proceso de aprendizaje.
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