El otro día estaba viendo un episodio de la serie "Breaking Bad", en el que la familia del protagonista se reunió para tratar unos asuntos y utilizaban un cojín para darse el turno de palabra. A ese cojín le llamaban "el cojín de hablar".
Una persona agarra el cojín, expone sus problemas o motivos de los que quiera hablar, y los demás escuchan y, como mucho, responden afirmativa o negativamente y hacen preguntas escuetas. Seguidamente la persona pasa el cojín a otra y el proceso es el mismo, hasta que todos han dicho todo aquello que necesitaban decir.
Sin llegar a ese sistema, lo cierto es que, actualmente, muchas familias no hablan apenas entre sus miembros. El niño llega a casa y la madre le pregunta ¿qué tal el cole? Su respuesta: bien. Y seguidamente se va a su habitación a hacer los deberes, a jugar con la consola, a leer o a lo que sea.
Esa es toda la comunicación del día. A la hora de la cena el chico se pone a la mesa, cena y vuelve a su habitación o sale con sus amigos de marcha.
Entre maridos y mujeres tampoco hay demasiada conversación, el marido llega del trabajo (o de buscarlo) y cansado, se repantiga en el sillón a ver la tele, mientras su mujer está leyendo, haciendo alguna labor de la casa, o viendo igualmente la televisión o trabajando o donde sea, pero nunca se sientan todos a conversar, a exponer sus problemas, a abrir sus sentimientos a los demás miembros de la familia.
Igualmente pasa en el terreno laboral o social, solemos guardarnos todo aquello que nos preocupa, lo que nos incomoda o lo que nos asusta. Intentamos retrasar la presencia de cualquier problema hasta el final, para no tener que hablar con otras personas de forma íntima. No cogemos los problemas de frente.
Y después pasa lo que pasa.
Malentendidos, broncas, equivocaciones, rencores, explosiones de ira, y todas esas consecuencias de no haber hablado cuando era necesario hacerlo.
Por eso mi consejo para hoy es este: Hablad.
Con vuestra familia, con vuestros amigos, con vuestro jefe o vuestros empleados, razonad, dialogad, exponed lo que os pasa y después, escuchad. No hace falta que llevéis un cojín encima. Simplemente dejad hablar, tomad nota de las respuestas que vais a dar si es oportuno, y responded lo que os parezca adecuado. Enfrentad los problemas en cuanto surgen, no dejéis que lleguen a empeorar.
Si no sois capaces entre todos de llegar a eso, cojed un cojín y utilizadlo como indicador de quién puede hablar y quién no. Al principio os resultará incómodo, pero con la práctica, os parecerá algo normal.
Ahora bien, si alguno de los integrantes de la conversación es irascible y no se puede hablar con él o ella, mejor no lo intentéis. Porque no va a razonar, no os dejará hablar y siempre intentará imponer su opinión a gritos. Y con ese tipo de personas no valen cojines.
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